Se ha dicho que los seres humanos somos los únicos que nos comunicamos, ya que se ha creado erróneamente un concepto de comunicación que sólo abarca al habla (lenguaje), y no se toman en cuenta otros aspectos importantes tales como los gestos, ademanes etc. El viejo aforismo de que el “hombre es la medida de todas las cosas” traduce de la manera mas dramática las limitaciones casi insalvables de todos los intentos por entender y explicar la conducta de los seres vivientes no humanos.
Los animales también tienen una cierta forma de comunicación. Lo que no pueden es sintetizar y utilizar un lenguaje como el humano. Un tipo de comunicación animal se basa en signos. Una categoría importante de estos signos incluye a los naturales y no aprendidos, que incluyen, a su vez, los olores, sonidos, posturas u otras actividades incorporadas al repertorio de la conducta dentro de una especie determinada (un ejemplo seria la “danza de la miel” en ciertas abejas, que con sus movimientos indican la dirección y la distancia de las fuentes de alimento.) Otros signos del mundo animal son productos del aprendizaje. Alguno de ellos se dan en la naturaleza, como cuando el animal joven aprende de la conducta de sus padres. Otros signos aprendidos pueden ser fácilmente observados entre los animales que interactúan con seres humanos.
Existe otro tipo de comunicación animal como puede ser la comunicación química a través de las feromonas. Las abejas producen varios tipos de feromonas, especialmente las reinas. Las feromonas al liberarse por el medio externo influyen en el comportamiento de otros animales de su especie.
También podemos observar la comunicación a través del sonido la cual constituye un lenguaje en sentido estricto. En los animales este tipo de comunicación se traduce en ladridos, rugidos, el canto de los pájaros, de los grillos, zumbidos etc. Y por último podemos observar la comunicación gestual, no necesita palabras, ni sonidos, un sólo gesto se explica completamente, como un gruñido.
El animal utiliza todo su cuerpo para comunicarse en determinadas ocasiones, por ejemplo podemos ver que las aves son maestras en las danzas de cortejo. Para establecer la pareja, el macho exhibe los mejores colores de su plumaje y realiza una serie de movimientos para impresionar a la hembra. Si tiene éxito, ésta le corresponderá uniéndose a la danza. Los bailes pueden tener una duración de varias horas.
Pero entonces, ¿Hay alguna diferencia entre el lenguaje de las personas y las formas de comunicación animal, aparte de una mayor complejidad cuantitativa? Claro que la hay. Pero primero aclaremos un par de conceptos.
La teoría de la comunicación define la comunicación como la transferencia de información desde un emisor hasta un receptor, a través de un canal y utilizando un código. El emisor es quien “habla”, el receptor quien “escucha”. Un canal es un medio físico que el mensaje usa para viajar: por ejemplo, cuando hablamos, o cuando los pájaros cantan, el mensaje “viaja” por el aire, modificándolo para formar ondas acústicas. En el caso de una carta, el canal es el papel sobre el que está escrito el mensaje. Un código es un sistema organizado de signos que sirven al propósito de la comunicación. Por ejemplo, la lengua española (como todas las demás) es un código. También las banderas. Y los colores de la ropa, que nos hacen, vestirnos de negro cuando vamos a un entierro. En este caso, nos estamos comunicando: nosotros (receptores) transmitimos por ondas de luz de distintas frecuencias (canal) una información (que nos pesa la pérdida de un ser querido) a cualquiera que nos vea (receptores).
Los distintos sonidos que un animal emite para trasmitir distintos mensajes (miedo, alerta, presencia de una fuente de alimento) también constituyen un código.
Un código, es un sistema de signos. Y un signo es un elemento físico que funciona como sustitutivo de alguna otra cosa. Por ejemplo: el humo es un signo que nos hace comprender que hay fuego en algún sitio. Un chimpancé gritará alarmado para avisar a sus congéneres de que se aproxima un leopardo. Y la palabra coche sustituye a cualquier coche del que estemos hablando, o a su concepto general. Tenemos, entonces, tres elementos físicos: el humo, el sonido (ondas físicas en el aire) del grito del simio y de la palabra coche. Y tres elementos a los que sustituyen: el fuego, la alerta ante un peligro y un vehículo a motor.
Pero hay diferencias fundamentales entre estos signos. En el primer caso, por ejemplo, los signos no son intencionados. El fuego no tiene vida, y por lo tanto no produce humo a propósito. Pero, ¿y el chimpancé
Solo emitirá el sonido de alerta si se aproxima un depredador (o si lo cree así). Entonces, ¿este acto de comunicación del chimpancé es intencionado? Pues, aunque pueda parecerlo, no lo es. El chimpancé no elige chillar o no chillar. Si viene el leopardo (o si él cree que viene) emitirá el sonido instintivamente. No puede, por ejemplo, decidir no avisar para que el felino se zampe a los compañeros de la manada que le caen mal, y tampoco puede emitir el sonido sin que haya un estímulo de peligro para gastar una broma. Así que, aunque pueda parecer que el signo emitido por el simio no es inevitable, como el humo en realidad sí lo es. Solo que únicamente se emite ante determinados estímulos, y no por una reacción química o por el simple transcurrir del tiempo.
Aquí tenemos la primera diferencia entre el lenguaje humano y las formas de comunicación animal: yo puedo decirle a un amigo que me he comprado un coche, aunque sea mentira. Es decir, puedo mentir a sabiendas de que lo estoy haciendo. Un chimpancé puede emitir su grito de alerta aunque no venga un depredador, pero solo si él cree que viene un depredador. Esta capacidad del lenguaje humano, tan útil y explotada por todos se llama en lingüística prevaricación.
Esta es una definición académica ampliamente aceptada, aunque se le pueden poner objeciones. Por ejemplo, un gato, cuando se siente amenazado, se coloca de lado, arquea el lomo y eriza el pelaje. ¿Qué quiere comunicar con ello? Pues lo siguiente: “soy muy grande, así que mucho cuidado con meterte conmigo”. Pero eso, ¿no es mentir? ¿No es prevaricar acerca de tu tamaño, y comunicar al receptor (por ejemplo, a un perro) que tienes un tamaño distinto del que en realidad tienes.
La diferencia en estos casos, no existe una intencionalidad de comunicación. En el caso de los gatos, tampoco podemos hablar de intención. Su respuesta es instintiva. El gato no sabe que está mintiendo acerca de su tamaño. Si no se sintiera amenazado, no podría hacerlo. Como el chimpancé, simplemente reacciona ante un estímulo. Es decir: aunque aparentemente estén mintiendo, en realidad, en su código, están diciendo la verdad.
Otra diferencia fundamental es que los animales no pueden emitir mensajes acerca de algo que esté alejado en el espacio o en el tiempo. Por ejemplo: un chimpancé no puede comunicar a sus semejantes que ayer había un peligro cerca de la manada, o que mañana ya estará preparado para aparearse. Tampoco puede avisar de un leopardo una vez que el peligro se ha alejado lo suficiente como para no constituir una amenaza.
La capacidad creadora del lenguaje humano es otra de las principales diferencias. Una abeja puede alertar sobre un campo de flores, tal vez sobre un peligro, o sobre alguna otra cosa. Pero no puede inventar un mensaje. Solo puede reproducirlo, siempre que esté programado en sus genes.
El chimpancé puede avisar sobre un peligro, sobre una fuente de alimento, sobre su superioridad física o su disponibilidad para aparearse. Pero no puede inventar nuevos mensajes.
El lenguaje humano es capaz de crear palabras nuevas traducirlas de otros idiomas o incluso mezclar varios de los signos existentes en su inventario para crear uno nuevo. Incluso puede crear palabras para cosas que no existen más que en su imaginación.
Y, además, la forma de las lenguas humanas evoluciona con el tiempo. El grito del chimpancé para amenazar a algún competidor es siempre igual, porque lo determinan sus genes. Dentro de cien generaciones seguirá siendo el mismo.
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